miércoles, 23 de diciembre de 2009

PostHeaderIcon Una cosa que empieza con P

El movimiento obrero y la trama política del territorio

Por Luciano Chiconi*



En la Declaración de Mar del Plata efectuada por la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista afloró el eje de la discusión política que le espera al peronismo en los años venideros, más allá inclusive de la coyuntura electoral de 2011

La reinserción del movimiento obrero en la trama política ocurre después de un proceso de recuperación de derechos laborales durante estos años kirchneristas, y revierte una larga etapa de retroceso defensivo ante la represión y el ajuste que signaron la dictadura, el alfonsinismo y el menemismo.

 ¿Cómo pasar del documento cegetista a la política concreta? ¿Con quiénes y de qué modo formular las articulaciones para una actuación política desde el peronismo?
Se trataría de recuperar una memoria político-sindical fraguada en la historia nacional, pero también y muy fundamentalmente de reconocer la necesidad de pensar y actuar un peronismo que no puede apelar a lógicas ancladas ancladas en nostálgicos binarismos de los años setenta. Ese esquema ya no interpela el sentir del pueblo argentino.
Las intenciones políticas del sindicalismo peronista se topan con un escenario social el empleado informal y el desocupado se incorporan como dato consolidado en los últimos veinte años, algo impensado en otros contextos históricos de la lucha sindical. Esto obliga a replantear el habitual mensaje dirigido hacia una homogeneidad obrera que hoy no existe como sujeto social.
Ante la fragmentación fáctica y cultural de los sectores populares nacionales se necesitan nuevas propuestas, que al cartonero y a la madre sola que sobrevive con un plan social y están lejos del oasis laboral. Pero que también incorporen al comerciante cuentapropista, que pide seguridad y menores trabas impositivas para sostener su actividad económica.
La galvanización de las formas de organización popular no puede prescindir de un horizonte de poder, ni de los poderes territoriales realmente existentes que se encargan de atenuar diariamente, y desde hace décadas, las profundas privaciones de los sectores más postergados del núcleo duro de pobreza. Se trata de sectores que no fueron alcanzados por los beneficios de la política laboral kirchnerista, por estar fuera del universo social protegido por la acción sindical. Este va a ser un dato no menor a la hora de concertar la construcción política desde el movimiento nacional, ya que las dificultades que mostró el kirchnerismo para interpretar la vida popular de los más pobres en una instancia de retracción económica fueron la causa sustancial de la derrota electoral del 28 de junio de este año.
Esos poderes territoriales que gestionan del modo posible en medio del desierto, es lo que mediáticamente y desde las elites políticas ilustradas se estigmatiza y lapida con el nombre de pejotismo. Desde ya, no hay proyecto popular posible sin estos poderes territoriales.
El demonizado pejotismo es la organización político-territorial que sostiene el funcionamiento de los andamiajes estatales de gestión que enfrentan la tramitación diaria de los problemas diarios de las poblaciones más postergadas de la nación.
Cuando hablamos de pejotismo no nos referimos a la herramienta electoral Partido Justicialista. Nos referimos a una muy compleja trama de relaciones y derivaciones orgánicas largamente sedimentadas territorialmente desde que el Estado se retiró (como presencia burocrática calificada y ejecutora eficaz) de la vida popular a partir de los años ochenta.
A diferencia de lo que mentan las derechas e izquierdas culturales con sus iconográficas de “lo impresentable y mafioso” al narrar desde la lejanía ese “subsuelo pre-político a deplorar” , el entramado pejotista consta de una autonomía operativa que ni siquiera el propio Intendente (como máxima referencia político-institucional del territorio) puede controlar y someter. Se trata de “la mazorca” o “la perrada”, un macizo militante fauno que no puede ser soslayado en ninguna discusión sobre la construcción política del peronismo y de un proyecto popular.
El documento político cegetista reconoce el carácter medular del necesario fortalecimiento de las organizaciones territoriales, del barrio y la fábrica como el hábitat natural al que debe volver el dirigente político, y desde allí crear las formas de una política popular que no se deje seducir por bibliotecas progresistas, ni que parta de ideologismos que pueden ser muy altruistas, pero que no representan nada para la realidad popular actual. Esto es algo que la CTA no ha llegado a comprender adecuadamente, y es la causa por la que hoy se encuentra en un amesetamiento de su incidencia política y sindical.Hoy el Pueblo se halla preocupado por épicas más terrenales y poco abstractas como mejorar el poder adquisitivo, acceder al empleo estable y formal, tener una cobertura médica de calidad, poder completar la formación educativa y acceder a la Universidad o tener una vivienda propia sin dejar el cuero en el intento. Es decir, un largo período de sobreabundante acción estatal como etapa previa a la lucha política lisa y llana.
Un pueblo con hambre no está en condiciones de ir hacia antagonismos políticos más complejos, y en ese sentido la organización gremial y la población sindicalizada se encuentran en mejor situación para iniciar una acción política concertadora y de producción de cuadros políticos (que es una urgencia central del movimiento).
Se trataría de completar un ciclo: que el pibe de la villa que era un desocupado crónico y en estos años pasó a cargar y descargar cajones del camión como repartidor de aguas y gaseosas y a cobrar el mejor convenio colectivo de trabajo, y empezó a militar en la Juventud Sindical, se transforme en un cuadro político del movimiento nacional.

Los movimientos sociales
La conversión de las organizaciones piqueteras en movimientos sociales fue el reconocimiento que hizo el peronismo kirchnerista a la necesidad de encauzar institucionalmente los conflictos originados en la situación terminal y de desfonde social de 2001.
El piqueterismo encarnó (aunque parcialmente) la auto-representación que se dieron amplios sectores sociales que quedaron fuera de todo paraguas institucional durante los años noventa. Como en el terreno popular más fangoso no hay “manual de instrucciones” que enseñe la salida teórica del desastre, se hizo lo que se pudo y se montaron defensas organizativas posibles a nivel territorial (pejotismo y movimientos sociales).
Las políticas laborales y de inclusión del kirchnerismo permitieron revertir parcialmente la actitud defensista extrema del piqueterismo, otorgando a la mayoría de esas organizaciones un piso de institucionalidad e inyecciones financieras para que hicieran política territorial y construyeran poder propio, además de solidificar la contención social. Detrás de ello, cierto progresismo calculaba la posibilidad política de un posperonismo transversal con pretendidos anclajes populares, una supuesta “superación política” que no tenía ningún sustento político y territorial, la sacra esperanza de un neopartido de centroizquierda que dejara fuera “los hedores” del peronismo realmente existente: el sueño húmedo de José Pablo Feinmann.
Si esto finalmente no sucedió, no fue tanto por una indecisión política de Kirchner, sino por las fallas estructurales de una construcción política que no pudo expandirse más allá de aquellos grupos que se contenían sólo a través de planes sociales. En cambio, una expansión de la acción política que trabaje sobre un nivel de organización territorial que sea operativamente autónoma, se cruzará indefectiblemente tarde o temprano con la pregunta por el peronismo. Como existen reparos ideológicos y culturales muy profundos frente a las prácticas políticas del peronismo que convierten su acción en poder real, la disputa por los intereses de los sectores populares que, potencialmente, esos movimientos sociales pueden expresar se aborta antes de comenzar para salvaguardar la comodidad ideológica y evitar, así, sumergirse en las aguas borrascosas de una política popular en serio.
A favor de los movimientos sociales habrá que decir que las carencias de poder que los signan se relacionan también con la falta de un respaldo legal que blinde la organización ya existente ante escenarios de mayor conflictividad social, represión o ajuste, protección con la que sí cuentan los sindicatos y los partidos políticos. Dentro de los movimientos sociales, también hay diversas visiones. Desde el Movimiento Evita, que ha comprendido y reconocido la importancia del PJ y la CGT como instrumentos de un proyecto popular, hasta los Libres del Sur que se ampararon en el discurso berreta de la “pejotización” del Gobierno nacional para evitar poner en el tapete las propias miserias de una construcción política mínima, que no era proporcional a los envidiables recursos monetarios que tuvieron para lograr tal fin.
El acercamiento de la CGT a los movimientos sociales podría leerse como la imperiosa necesidad de integrar lo popular en el plano de las organizaciones representativas. Esto implica que se deberían abandonar los reparos que existen entre intendentes y dirigentes sociales.
La semblanza peyorativa que desde los medios de comunicación, desde sectores de la política y desde ciertos ámbitos de clase media trazan tanto de un Hugo Moyano, un Hugo Curto o una Milagro Sala va decantando hacia los verdaderos antagonismos. Define cuáles son las más genuinas representaciones de lo popular profundo, más allá de los ropajes atractivos que puedan provenir del discurso bonito, la pretensión teórica o el altruismo ideológico.

*Luciano Chiconi es autor del blog Desierto de Ideas.
http://www.desiertodeideas.blogspot.com

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